Esta serie de prácticas propone un diálogo entre el cuerpo y el entorno como ejercicio de reconocimiento. Los gestos —apoyarse, extenderse, encajarse, equilibrarse— convierten la arquitectura y los restos históricos en superficies de referencia, escalas con las que el cuerpo se compara y se redefine. Cada acción funciona como una medida: no se trata de cuantificar, sino de habitar la proporción y la diferencia, de descubrir cómo la presencia humana se inscribe en los pliegues de la materia y el tiempo.
Entre ruinas, muros, puertas y columnas, el cuerpo se vuelve instrumento sensible, midiendo no solo el espacio exterior, sino también su propio alcance. Estas imágenes revelan un aprendizaje recíproco: el cuerpo reconoce el mundo al tocarlo, y el mundo revela su memoria en la resistencia, la forma y la textura de lo que acoge o rechaza. Medir aquí es también conocerse, desplegar una cartografía íntima donde lo personal y lo histórico se cruzan en una práctica poética de escala y pertenencia.